FIMN Y LA CIERVA

Corre la cierva entre los trazos de la grama,

los perros van tras ese pelambre que refulge,
rabiosos mastines la olfatean,
estremecida ante el acoso se detiene.
Fimn la vida le perdona,
ella lo sigue mansamente,
con el espejo del sudor sobre sus carnes.
Se recuesta sobre sus pies de lirio y azucena.
En sus pupilas todos los turbiones.
Acurrucada entre las guedejas del cordero,
con la piel sembrada de temblores,
una bella mujer lo aguarda
con los senos como dos caracolas de espuma
y en los ojos todas las violetas del destino.
Tierna como la melodía que entona la calandria
durante la canícula acitronada del verano.
Dócil como una torcaz de quebradas alas.
“Soy Saba, tu mujer, estoy aquí
para guardar tu semilla y ofrendarte mis granadas,
para que rieles mi piel y bebas en el cuenco de mi mano”.

Él partió a buscar los damascos más preciados,
a derribar los muros de la sangre.
Cruzó los páramos donde viven los leprosos
y fue a buscar el diamante oculto en el romero.
La volvieron a tocar con una rama de avellano.
Cuando regresó,
Saba era otra vez la cierva,
la que comía en el pesebre
y cohabitaba con las bestias.
Ella huyó y se refugió entre los helechos
con su locura de pájaro extraviado,
con su piel desgarrada,
con el corazón cubierto de calina.
Fimn buscó a Saba durante siete años,
siete años en húmedas cañadas,
siete años con la muerte en el carcaj,
siete años con la lengua llena de salitre
y las manos vacías de mar.

Al pie del árbol que perfuma perdices y trasuda miel
encontró a un niño sin vestido ni sandalias,
con el pelo alborotado pero lleno de estrellas.
En sus pupilas se habían arracimado todas las violetas
y en su piel medraba el alba.
“Yo no conozco padre o madre,
sólo sé que fui amamantado por una cierva
con los ojos claros como un descubrimiento
y el aliento tibio como la leche que mana de las diosas.
Ella me cuidó entre las setas rojas del bosque
y me calentó con su vaho durante el invierno”

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