PACHITA

PACHITA

Ma. Elena Solórzano

 

       La otra vez, por casualidad, encontraste un libro que hablaba sobre brujos y

curanderos chilangos y entre los más famosos se mencionaba a Pachita,

empezaste a leer picada por la curiosidad y decía que la tal bruja tenía su

despacho en la colonia “Arenal”, aquí en Azcapotzalco.

       Era la misma que conociste ¿te acuerdas? la tía Angélica, enferma de úlcera

varicosa, te pidió que la llevaras con la susodicha, porque realizaba curaciones

milagrosas. Te  resistías a creer semejantes cosas y al fin cediste para

complacerla.

      Ese día te levantaste temprano para ir a la colonia "El Arenal", donde tenía su

consultorio la "doctora", como la llamaban todos sus pacientes. Te habían dicho

más o menos la ubicación de la casa, preguntando aquí y allá por fin diste con el

ansiado domicilio. La casa tenía de frente más o menos diez metros, las paredes

enjarradas y sin pintura alguna, en medio un zaguán pintado de blanco permitía el

acceso al interior; dentro había varias habitaciones sucias y mal olientes, donde

reinaba la mugre.

Entraste toda ciscada, Angélica se aferraba a tu brazo, tenía un poco de miedo.

       Te dedicaste a observar todo lo que había a tu alrededor. Por el patio cuadrangular

paseaban gallinas, guajolotes y cerdos; había comida regada sobre el piso, las

aves recogían con el pico los granos de maíz, las migas de pan y los pedazos de

tortilla; más allá el excremento de los cerdos era esparcido por los mismos

animales, canastos y costales desordenados en uno de los rincones contribuían al

aspecto desaseado de la casa.        

       Comenzaste a contar cuántos cristiano esperaban de pie o sentados en el suelo

despreocupados por la suciedad que en costras lo tapizaba.

      La mayoría de la gente era de origen humilde a juzgar por los vestidos de

las mujeres, los pantalones raídos de los hombres y los zapatos corrientes y

despintados, algunos traían huaraches de correas toscas y grises por el

constante contacto con la tierra.  Las mujeres enfermas tapaban sus rostros

macilentos con rebozos plomizos, tratando de ocultar el sufrimiento que

traslucía por los ojos apagados y febriles.                                                                                     

       Te sentiste fuera de lugar, con tu vestido sin parches, enterito pues, tus

zapatos de tacón recién cambiado y tus medias nylon, no cabe duda que "en la

tierra de los miserables el asalariado es rey".   Allí paradita, la tía igual,

esperaste más de tres horas para que la "doctora" les diera consulta.

       A eso de las once de la mañana te llamó la atención la llegada de una señora

guapa, de clase media, acompañaba a una joven con la cabeza a rape, sin gota de

maquillaje y con la mirada extraviada; se acercó a ti la mayor de las mujeres, para

preguntarte en qué número iban y te platicó que su hija padecía una extraña

enfermedad, que cada vez estaba peor, pues los médicos ya la habían

desahuciado, te decía:

       -"Ha perdido la memoria y la conciencia se porta como una niña a la que hay que

vestir, alimentar con mamila y asistirla en sus necesidades, ni siquiera reconoce a

sus hijos, mi última esperanza, es Pachita, si ella no la alivia estará condenada a

vivir así..."

       La fila avanzaba lentamente, ni una silla ni una piedra donde sentarse y tú la

catrincita no te resignabas a sentarte en el suelo y llenarte la ropa de caca.

       Llevabas unos dulces y les ofreciste a varias mujeres más que nada para hacer

plática y matar el tiempo; otra mujer te contó sobre la curandera maravillosa y que a

Joaquinita le había quitado la matriz en una "operación espiritual" intrigada

preguntaste: a ver, a ver ¿cómo estuvo eso?

       -"Mire, en una noche se internó, Pachita ya tenía todo preparado: agua

caliente, lienzos, algodón y dos cuchillos bien filosos. Ella invocó a dos

espíritus que en vida fueron doctores y ellos hicieron la operación a través de

Pachita, el cuarto con luz de vela, porque dicen que la luz fuerte espanta a

los espíritus, yo misma vide como los cuchillos entraban en la carne de

Jacinta, pero no escurría sangre, los espíritus terminaron y en unos cuantas

días se puso buena."                                                                                                       

       Aunque tus conocimientos de medicina no son muchos no podías  creer tal

aberración. empezaste a preguntar más sobre la tal Pachita...

       ¡Ay niña! si es rete buena, imagínese, a mi señor le dolía mucho la cabeza y

le cambió su cerebro por uno de puerco y ¡santo remedio!,

       Ya no le han vuelto esas jaquecas que no se le quitaban ni con pastillas ni

con chiquiadores ni con nada. Mi sobrina no podía tener hijos y p'os con las

friegas que le dio se puso encinta  luego, luego.

       ¿Y cómo le hizo? - le preguntaste.

       La encueró allí adentro del cuarto, le frotó todito el cuerpo con un menjurje de

hierbas y le acomodó la matriz que la tenía bien chueca.

      No se diga cuando a una recién parida no le baja la leche, con Pachita le baja 

porque le baja, ella misma les mama los pechos durante ocho días y después hasta

les chorrean.

       Y para quitar el mal de ojo ni se diga, traen a los niños que se les enchueca la

boca y se les tuercen los ojitos a los inocentes, ella agarra un huevo de gallina negra y con eso limpia al niño y no lo va a creer... cuando vacía el huevo en el vaso se ve el gusano, el mal, que le hicieron o sea el mal de ojo que la gente de vista muy fuerte le hace a los niños, después de  la limpia la criatura se duerme como un bendito, pues ya regresó el ángel de la guarda que había volado, los ojitos y la boca se le enderezan, le cuelgan en el pechito un hilo rojo con un ojo de venado  para que no lo vuelvan a fregar...

       Por fin entraste al cuartucho y la tía por delante, era una pieza de tres por

cuatro, pintada de rojo, con unas cortinas que un día fueron blancas, el piso sin

barrer con algodones y papeles por todas partes; en los cajones de un escritorio

desvencijado guardaba sus "medicinas".

       Nos recibió una mujer obesa, chaparra, cincuentona, con el pelo teñido de rubio

y mal peinada, envuelta en una bata que dejaba ver sus piernas regordetas, unos

huaraches de hule calzaban sus pies anchos y callosos. Su presencia te dejó fría,

por tí hubieran salido inmediatamente, pero te detuvo la resolución de Angélica.

       Con un poco de alcohol se frotó las manos y procedió a examinar la úlcera de la

pierna desenrolló las albas vendas, vio circunspecta la herida y vació sobre ésta un

líquido solferino, le limpió con un pedazo de algodón y volvió a vendar... 

       En quince días te aliviarás de tu mal -le dijo-

       Muchacha, la vas a curar como te digo: vas a conseguir mucha polilla y la pones en un frasco, le lavas la herida con este líquido morado, luego le espolvoreas la polilla y le pones otra vez la venda, la traes dentro de quince días.

       Al salir le dijiste a la tía: "yo no la curo, si usted quiere cúrese sola, sabe por qué, a mí no me parece el tratamiento, no se ponga eso, se agravará..."

       No te respondió, antes se enojó contigo, rezongó todo el camino de regreso a la casa.

       Algunas veces observaste cuando se curaba y ponía la polilla en la úlcera, se te enchinaba el cuerpo, pues sabías que no tardaría en presentarse una severa infección y así  fue. Angélica no quería dar su brazo a torcer y admitir el fracaso de tan absurdo tratamiento, a los ocho días en medio de ayes y lamentos pidió que la

llevaran al médico, ahí vas al doctor otra vez, resignada a recibir la regañada que de seguro te daría al examinarla, se enojó muchísimo y te dijo: "pero dónde anduvo

la tía que trae hasta polilla, además hay una infección tremenda y está en peligro de perder su pierna".

       Mi tía no le quedó más remedio que someterse a los tratamientos del doctor:

Inyecciones, cápsulas, pastillas y toda una botica se hecho encima

       Le dio por encerrarse en su cuarto y no permitía que nadie entrara,

pero un día dejó por descuido la puerta abierta y quedaste paralizada de

terror, pues seguía aplicándose la polilla y la tinta morada que le había recetado Pachita.    Al verme dijo: “Mira la úlcera está cerrando gracias a la polilla”.  

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