DREIDE Y NAISI
Deidre escapó con Naisi
hasta la tierra de todas las congojas.
Hasta ella tres pájaros llegaron
con las plumas teñidas con vetas de agua,
con tres gotas de miel entre los picos,
con un aleteo que parecía un rumor de soles,
con un temblor de venado en agonía.
Los ojos engañan,
los ojos miran girasoles,
los ojos se deslumbran con las sirenas
y los oídos se abren a las notas
de su canto colmado de amarillos.
Otra vez corre la sangre,
esa noche decapitan a sus hijos
y ella se convierte en la más humilde de las hierbas,
trastoca en ceniza, verde brizna,
amarga pócima de ortigas.
Vuelve a ser mujer,
obligada por oxidados crucifijos,
por leyes como gorriones ciegos.
Vive con el asesino de sus hijos,
entre los torbellinos de su mente,
en una cueva llena de tarántulas.
Con las uñas macera la carne de sus pechos,
bebe ponzoña de alacranes,
de alimañas venenosas se alimenta
para que la semilla no germine
en su vientre que antes fue latido.
Hace tiempo Naisi duerme
entre las larvas obcecadas.
Ella muere en su tumba,
le ofrenda la amapola de su carne.
Florecen en dos álamos de nácar
junto a la breva que cercena los contornos.
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