LA REJA

LA REJA

Ma. Elena Solórzano

 

Recuerdo una reja de madera, destartalada, hecha de pequeños tablones resecos con sed de lustros, sus gastadas maderas se hinchaban, en épocas de lluvias, como queriendo rejuvenecer, no tenían pintura alguna y el polvo les había dado un tono.

Para abrir la levantábamos un poco, empujándola hacia adentro para que no entraran las horas en tumulto o traspusieran el umbral sigilosamente los fantasmas azules de los sueños. Completaba el conjunto una rejilla de tablas delgadas, por los rústicos palos habían marcado su ruta los termites que horadaban la pulpa de la leña para cavar sus laberintos, Sabíamos que un día todo se desmoronaría, así como nuestra infancia, como se deshace el hielo, como se caen los rascacielos de arena con el embate de una ola.

La vieja reja de madera nos aislaba del otro mundo, de la otra gente, de la ropa que se tendía frente a la humilde casita, situada allá, al fondo del gran patio.

A veces tomábamos un gis, pintábamos figuritas en algunas tablas y quedaba adornada con flores, cruces, animalitos, números... hasta que las lluvias torrenciales de mayo las desleían y las formas se transformaban: la flor en duende, la cruz en árbol, los números en animales.

Un buen día llegó un señor y con un machete empezó a tirar la reja, vimos como saltaban los oxidados clavos y toda la madera hecha añicos en un dos por tres. Eses mismo día fue colocado en su lugar un portón de lámina con dos hojas, buscamos entre la leña algunos fragmentos con dibujos, encontramos varios, los mirábamos un momento y los arrojábamos al fuego de la hornilla, nuestros ojos seguían la espiral de humo, que en un momento se juntaba con los borreguitos de las nubes

 

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