DANZÓN DEDICADO A MIRNA

DANZÓN DEDICADO A MIRNA

Ma. Elena Solórzano

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         Sus padres murieron en un accidente en la carretera, a pesar de tener treinta años se sentía huérfana y desamparada, hacía tiempo que había estudiado una carrera comercial, trabajaba como secretaria en la pequeña empresa familiar y ahora se veía al frente del negocio que fuera de su  padre, sus estudios sobre administración le facilitaron el manejo del mismo, para llenar su soledad se dedicó en cuerpo y alma a acrecentar su patrimonio. 

         Pronto pudo vender el departamento y comprar una casa, a ella le encantaban las casas viejas, de finales del siglo XIX, encontró una así en la colonia Santa María la Rivera. La mandó restaurar y quedó preciosa con el señorío de las construcciones antiguas y las comodidades de la época actual.  Por fin se mudó, los primeros días gozó su nueva morada, pero a la semana de haberse instalado empezó a escuchar ruidos y una voz...Mirna, Mirna ...ven ... escuchaba que la llamaban cuando estaba sola, venía de todas partes y de ninguna, era una voz que flotaba en el aire, en otras ocasiones se rebelaba como un soplo cerca de su oído, un soplo helado que le erizaba los vellos de los brazos, Mirna... Mirna oía muy cerca.  Le encantaba ir a bailar danzón, ese descanso se lo daba cada ocho días, a las seis de la tarde  dejaba todo, abordaba el “opelito” para dirigirse al Salón Riviera pues en aquel entonces tocaban orquestas tan famosa como la de Carlos Campos, Acerina y su danzonera, Ingeniería, Luis Arcaraz, etc., además le fascinaban las películas de rumberas y nomás de pensar que pisaba la catedral del meneo tropical  se emocionaba,  su pareja de baile era un viejo cincuentón, se entendían bien cuando de danza se trataba, ella se dejaba llevar dócilmente por las manos que sabían dar órdenes con leves movimientos sobre su cintura; en otros aspectos eran diametralmente opuestos, pues a sus treinta  años tenía una forma de pensar menos patriarcal, pues no dependía económicamente de ningún hombre.

         - No te distraigas, ya perdiste el paso- decía Raúl.

         - Fue la voz...

         -. ¿Cuál voz?

         - La voz que siempre escucho, de día o de noche, en todas partes, ahora mismo, parece que se entremete e n las notas de la música para decirme:  Mirnaaa...Mirnaaa

        -¿Andas pacheca o qué?

        -No tu sabes que no me gusta la “Juanita” , ni nada 

        -Alguien te trae cacheteando la banqueta.

        -No, no, tampoco.

        -Entonces, muñequita ¿qué te pasa?

        Hace meses que escucho una voz...

       -De hombre o de mujer.

       -De hombre.

       -¡Ah ya! Un fantasma se ha enamorado de ti .

       -¡No bromeés, esto es serio!

       -En serio lo estoy diciendo.

       -¿Tú crees?

       -Claro, cuando nos morimos, yo creo que no nos vamos únicamente nos volvemos invisibles, los demás son los que no nos ven, pero nosotros sí.

       -Pero... ¿qué hago?

       -El quiere manifestarse y hacerse visible de alguna manera y tú lo tienes que ayudar.

       -¿Cómo?

       -A las doce de la noche vístete de negro, la boca muy roja y el pelo suelto, siéntate frente a una ventana que de a un jardín, espera las doce campanadas y con cada campanada come un granito de sal, diciendo:

        -¡ Manifiéstate y pídeme lo que deseas,  yo te complaceré lo juro!

        inundaron la habitación y hasta las paredes sintieron ese ritmo y sensualidad, la joven se dejó llevar

        por la cadencia de la música y empezó a dibujar unos pasos sobre el mosaico pulido, después  hizo todo lo que le habían indicado. Se sentó en un sillón frente a la ventana, las campanadas empezaron a sonar, al mismo tiempo la voz se escuchaba cada vez más desesperada: Mirnaaaaa,Mirnaaaaaa...después un largo gemido cortó el aire. La joven con cada campanada comía un granito de sal, mientras decía: ¡Noble varón manifiéstate y te juro que sea cual sea tu deseo  lo cumpliré al pie de la letra!

         Después de decir esto apareció junto a ella un joven  de treinta años de edad aproximadamente, alto,  excesivamente delgado, de tez apiñonada, pelo negro y rizado, sus ojos a pesar de ser pequeños eran hermosos por lo expresivos, se           incitaba a bailar antojaba la boca adornada con un espeso bigote; vestido a la usanza del siglo XIX .

         Bailaron abrazados, mirándose a los ojos, así pasaron algún tiempo, la fue despojando de sus vestidos  para hacerla suya en un acto de amor que nunca se volvería a repetir. El la acunó en sus brazos ella durmió plácidamente. No habían pronunciado palabra alguna, pero no fue necesario.

         Mirna colocó en la consola nuevamente el disco con los mejores danzones de Acerina y su danzonera  y empezó a bailar con su amado, poco a poco se fue esfumando, de repente se dio cuenta que estaba bailando sola.

         La mujer siguió su vida de siempre atendiendo su negocio, solamente  el    primer martes de cada mes, año con año, Mirna invoca a su amante,  pero jamás se ha vuelto a materializar.

         Hoy, el primer martes del mes de marzo de 2002, una anciana introduce un cassete en   la radiograbadora con la esperanza de que vuelva a ocurrir aquel milagro y con cada campanada come un granito de sal, deja la ventana abierta, nada sucede, ella baila, baila, baila al compás del danzón Nereidas.

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